Ángel.
Suena el despertador, un pitido ensordecedor, irritante, un
suave movimiento de muñeca y logro apagar aquel sonido. Lentamente abro los
ojos, una luz cegadora invade mi habitación, junto a mí, está mi mujer, el
suave olor de su perfume me produce nauseas. La miro unos instantes, instantes
para darme cuenta de que le odio, que todas aquellas broncas tienen que acabar,
debo enseñarle que el que aquí manda soy yo. Me subo en su regazo y empiezo a
zarandearla, lentamente empieza a abrir los ojos, bien, ya ha empezado la
función, pienso. Me arrimo a su cara y le susurro al oído:
-Esto tiene que acabar.
Ella no hace caso a mis palabras y vuelve a dormirse,
aquella reacción hace que por mi mente pasen ideas escalofriantes, ideas que mi
inconsciente quiere que cumpla.
Abro la mano y con un fuerte movimiento la dirijo hasta su
cara, pero, a unos pocos centímetros la paro. Esta vez, hago sonar mis
nudillos, preparo mi puño, le doy un beso y con un rápido movimiento, golpeo la
cara de mi mujer.
Ella se despierta sobresaltada llevándose las manos a la
cara, me mira, noto en su mirada tristeza, pero a la vez rencor, desconcierto y
temor.
Respiro profundamente y empiezo a golpearla por todos los
sitios, ella no pone resistencia, ni siquiera grita, solo me mira, y por sus
labios consigo oír un; “Yo te quería.”
Al oír esas palabras paro, noto dolor en los nudillos, todo
empieza a moverse, pero lo que en realidad me duele es el corazón. Me levanto
sin decir ni una palabra y dejo a mi mujer inconsciente en la cama, sin
ninguna intención de volver.
Cojo mi teléfono y marco el número 112 y tiro el móvil al
suelo, con la esperanza de que localicen la llamada.
Claudia.
Una presión en las piernas y unos pequeños empujones provocan
mi despertar, sobre mí, se encuentra mi marido, aquel que en tantos momentos me
ha acompañado. Me susurra algo al oído, no logro entender lo que me dice,
puesto que el sueño vence conmigo.

Justo antes de desmayarme, consigo ver por la rendija de mis
ojos que ya no siente odio ni rabia, sino que siente, decepción, tristeza y
sobre todo amor. Me lo había imaginado de miles de maneras, pero nunca había
pensado que sería así. Pensé que le guardaría rencor, pero sorprendentemente no
siento eso, siento admiración. Admiración, porque fue capaz de reflejar sus
sentimientos por muy duro que hubiese sido y porque lo último que vi en sus
ojos fue amor.